domingo, 4 de noviembre de 2012


PRÓLOGO de "EN LA ESPERA Y OTROS POEMAS"
POR JORGE ESTRELLA

 
Un nuevo libro de Elisabet Cincotta es como decir una nueva rosa de un pródigo rosal. Examinamos la rosa nueva y ¿se parece a las otras?, sí, obviamente pero, hete aquí el milagro de la verdadera poesía porque, al abrirse por completo, uno descubre una rosa que es camelia, alelí, clavel, gladiolo, jazmín, orquídea, violeta. Es soledad, lluvia, relación con los otros, poesía, espejo, nombres, recuerdos, tango, muerte, mujer. Es un río de metáforas, un dechado de palabras que se entrelazan, es el juego virtuoso de verbos, adjetivos, sustantivos disfrazándose entre ellos no para confundir, sí para ir al fondo de la cuestión, a la esencia de las cosas. Lo dice la propia autora: “La escritura siempre va al fondo de la historia.” Esta flor sorprendente nos ubica en la espera y nos comienza diciendo que siempre hay alguien, alguien ligado al dolor, al misterio de la vida, ligado a lo más profundo del ser, a la incertidumbre, al tropiezo con la muerte. ¡Qué poemón! el IX de la serie “En la espera”, ese que empieza con: “Hablan por el celular” y termina con versos de antología:

“Ellos esperan hablando
quizás se aturden fingiendo
o
tal vez son sólo muertos desorientados.”

En este primer poema dividido en veinticinco partes parecen prevalecer el ahogo, la impotencia, lo sombrío. Sin embargo:


“alguna hilacha de luz se mece
en el suburbio de la espera.”
 
Poema que habla de lo universal que nos toca vivir, de ese gran dolor que es vivir. Pero también tiene esa cuota necesaria a todo hecho poético que es el misterio, el toque hermético necesario, ese decir que uno entiende naturalmente pero que también entiende por el mensaje de la no lógica. Dicen que no hay que usar adjetivos salvo que remitan a algo que no tiene nada que ver con el sustantivo al que acompañan. En esta espera plena de hallazgos nos encontramos con: “silencio indoloro”, “pentagrama incoloro”, “adoquín visceral”, “neuronas oscuras”, “cardíacos sonidos”.

Y este mundo de versos que no descienden jamás a lo prosaico hay algunas muestras de verdadero virtuosismo que crea un clima que nos inquieta y nos sobrecoge:

“Seré yo quien menos esfuerzo,
número/persona
quien uno-dos-tres
alguien menos
ninguno más.”

Leí con enorme placer el último poema de esta serie en el Grupo de Internet Muestrario que dirige Liliana Varela y, al hablar de los otros poemas, me resulta fácil inferir que este grupo tuvo algo o mucho que ver en la gestación de estos textos. Las personas a las que van dedicados, los acápites u otros signos remiten directamente a él. Lo notable del caso es que, sea como sea la manera en que se generaron, todos tienen una depurada contextura poética, una profunda visión de la realidad humana, un manejo virtuoso de las palabras que encajan unas con otras como por arte de magia.

El que se titula “Qué somos” es una muestra de poesía erótica que destila una sensualidad alta y digna, una pasión que no ofende ni aunque se desborde, unos pétalos. metáforas deliciosos:

”Qué son mis piernas, qué es mi boca, qué son tus manos” para terminar diciendo:

“Y nosotros qué somos.

Somos llaga errante en la búsqueda
del mí/tú/nos
en ojos que arrebolan el final
para latir
ya latir
                                 siempre latir

En la mayoría de los poemas, el tango se muestra como protagonista. Y aunque tango y nostalgia ya perfumaron rosas anteriores, ¡qué magnífico perfume arrabalero exhala esta última rosa!

Por ejemplo, en la serie “Morocho” lo lírico y lo coloquial se unen para dar un resultado exquisito:

“Morocho, no se pierda
el requiebre de la danza
que la rubia lo espera
para tanguear.”

 
Pero, la autora jamás se queda en el pintoresquismo, va más allá, al fondo como ya dijimos. Y en el fondo no siempre está lo dulce:

“Ay, Morocho es el destino
que nos une tan amargo.”

Aunque en el poema largo del principio haya dicho: “Estoy inerme en mí”, Elisabet mujer es la más solidaria, luchadora, amiga y positiva que conozco. Un ejemplo de rectitud y amplitud en todo momento. Y, qué alegría, saber que ella está conforme consigo misma.
En el poema “Me voy” dice:
“feliz de haber sido yo
siempre yo
la que me merecía

Y este libro merece ser leído, gozado en toda su extensión. Esta rosa no sólo es perfecta belleza que huele bien sino que no es efímera. Y toda la obra de Elisabet, no sólo no es efímera sino que es un rosal sin espinas. Pueden abrazarlo sin miedo. 

Jorge Luis Estrella

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