PRÓLOGO
“La poesía no es una
carrera;
es un destino”.
Alejandra Pizanik
La melodía del alma de Elisabet Cincotta,
se despliega en este nuevo poemario, sensual y perdurable, con la certeza de un
manifiesto ante lo que define: la deuda
del mundo con el mundo.
La lectura de sus poemas nos permite
adentrarnos en un verdadero universo de sabores y recuerdos de su vida
familiar. La infancia y la
adolescencia proyectan sus matices como: estrellas
que compensan / las cosas añoradas.
Las fotografías del pasado conforman una
manera lúdica para exponer los sentimientos, para confiarnos su testimonio
existencial con metáforas e imágenes de notable construcción.
Elisabet nos transmite sus vivencias
desde un protagonismo capaz de denunciar las miserias humanas, la hipocresía y
el cinismo de los que están lejos del dolor y del perdón, la crueldad que ciega
a las mujeres y las convierte en: cenizas ante
tanta injusticia.
De ahí que, la acompañamos en el jardín de las estaciones de su vida donde
pervive una sed por la luz, esa infinita iluminación que otorga la fortaleza de un espíritu que
desafía al tiempo, pues: es hora de avanzar con sueños.
Elisabet sabe enfrentar los contratiempos
a fuerza de convicciones y palabras, y nos conmueve con su dedicatoria a Julia
del Prado Morales: desde tu sol maduro /
y mi quebrada / brindamos por la poesía.
Pero, Abril
es Brenda: la dicha, el sueño convertido en realidad: de mamá primera; y los poemas que siguen
se tornan en latidos, acarician los instantes plenos y también la soledad, el
estremecimiento y la muerte, en tanto vuelve otra vez a reclamar a viva voz por
las mujeres golpeadas sin nombre: sin
tumba, / sin cuerpo, / con llanto, / con rezo, / con ruego.
Es así como, el carrusel de la vida gira
al mismo tiempo que Elisabet desenmascara la soberbia y la envidia que lacera
para responder con la palabra: que sale
por las manos embanderando resistencia.
“Rincones”, contiene sensaciones
entrañables, un pronunciamiento por la libertad y la fidelidad a ese lugar
justo para resarcir el error y dejar que el perdón nos abrace con su sentido
reparador.
En su magnífica producción, existe un
marcado predominio en restaurar lo perdido, a partir de las mismas ausencias y
angustias del devenir, como reflejos en
espejo.
Elisabet se dice y se descubre, entre la
bruma y el amanecer donde sus versos transitan el camino del valor humano como
factor determinante: Somos nosotros y mil
nosotros / parte de alguna y todas las historias.
No hay secretos, pero sí memoria en el
silencio en donde nos reencontramos con las manos, los gestos, las mariposas,
el viento de la paz, el rocío, los atardeceres, los fracasos y las letanías, la
lluvia de otoño y los bellos momentos, las flores de la cuna y los rincones de
la casa, la amistad sin dobleces, el goce de las noches, las ilusiones y el
desconsuelo, el conocimiento del amor y los pétalos convertidos en versos y en
destino.
Por eso, ahora debo referirme al placer que
me embarga en estos momentos de gratitud a la autora por aceptar estas
elucubraciones como prólogo a su excelente poemario. Pues, la poesía de
Elisabet Cincotta, parafraseando a nuestro admirado Jorge Luis Estrella, no
sólo es perfecta belleza sino que no es efímera, es como un rosal sin espinas.
David Antonio Sorbille
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