PRÓLOGO de "EN LA ESPERA Y OTROS POEMAS"
POR JORGE ESTRELLA
Un
nuevo libro de Elisabet Cincotta es como decir una nueva rosa de un pródigo
rosal. Examinamos la rosa nueva y ¿se parece a las otras?, sí, obviamente pero,
hete aquí el milagro de la verdadera poesía porque, al abrirse por completo,
uno descubre una rosa que es camelia, alelí, clavel, gladiolo, jazmín,
orquídea, violeta. Es soledad, lluvia, relación con los otros, poesía, espejo,
nombres, recuerdos, tango, muerte, mujer. Es un río de metáforas, un dechado de
palabras que se entrelazan, es el juego virtuoso de verbos, adjetivos, sustantivos
disfrazándose entre ellos no para confundir, sí para ir al fondo de la
cuestión, a la esencia de las cosas. Lo dice la propia autora: “La escritura
siempre va al fondo de la historia.” Esta flor sorprendente nos ubica en la
espera y nos comienza diciendo que siempre hay alguien, alguien ligado al
dolor, al misterio de la vida, ligado a lo más profundo del ser, a la
incertidumbre, al tropiezo con la muerte. ¡Qué poemón! el IX de la serie “En la
espera”, ese que empieza con: “Hablan por el celular” y termina con versos de
antología:
“Ellos esperan hablando
quizás se aturden fingiendo
o
tal vez son sólo muertos desorientados.”
En
este primer poema dividido en veinticinco partes parecen prevalecer el ahogo,
la impotencia, lo sombrío. Sin embargo:
“alguna
hilacha de luz se mece
en el
suburbio de la espera.”
Poema
que habla de lo universal que nos toca vivir, de ese gran dolor que es vivir.
Pero también tiene esa cuota necesaria a todo hecho poético que es el misterio,
el toque hermético necesario, ese decir que uno entiende naturalmente pero que
también entiende por el mensaje de la no lógica. Dicen que no hay que usar
adjetivos salvo que remitan a algo que no tiene nada que ver con el sustantivo
al que acompañan. En esta espera plena de hallazgos nos encontramos con:
“silencio indoloro”, “pentagrama incoloro”, “adoquín visceral”, “neuronas
oscuras”, “cardíacos sonidos”.
Y este
mundo de versos que no descienden jamás a lo prosaico hay algunas muestras de
verdadero virtuosismo que crea un clima que nos inquieta y nos sobrecoge:
“Seré yo quien menos esfuerzo,
número/persona
quien uno-dos-tres
alguien menos
ninguno más.”
Leí
con enorme placer el último poema de esta serie en el Grupo de Internet
Muestrario que dirige Liliana Varela y, al hablar de los otros poemas, me
resulta fácil inferir que este grupo tuvo algo o mucho que ver en la gestación
de estos textos. Las personas a las que van dedicados, los acápites u otros
signos remiten directamente a él. Lo notable del caso es que, sea como sea la manera
en que se generaron, todos tienen una depurada contextura poética, una profunda
visión de la realidad humana, un manejo virtuoso de las palabras que encajan
unas con otras como por arte de magia.
El que
se titula “Qué somos” es una muestra de poesía erótica que destila una
sensualidad alta y digna, una pasión que no ofende ni aunque se desborde, unos
pétalos. metáforas deliciosos:
”Qué son mis piernas, qué es mi boca, qué
son tus manos” para terminar diciendo:
“Y nosotros qué somos.
Somos llaga errante en la búsqueda
del mí/tú/nos
en ojos que arrebolan el final
para latir
ya latir
siempre latir
En la
mayoría de los poemas, el tango se muestra como protagonista. Y aunque tango y
nostalgia ya perfumaron rosas anteriores, ¡qué magnífico perfume arrabalero
exhala esta última rosa!
Por
ejemplo, en la serie “Morocho” lo lírico y lo coloquial se unen para dar un
resultado exquisito:
“Morocho, no se pierda
el requiebre de la danza
que la rubia lo espera
para tanguear.”
Pero,
la autora jamás se queda en el pintoresquismo, va más allá, al fondo como ya
dijimos. Y en el fondo no siempre está lo dulce:
“Ay, Morocho es el destino
que nos une tan amargo.”
Aunque
en el poema largo del principio haya dicho: “Estoy inerme en mí”, Elisabet mujer
es la más solidaria, luchadora, amiga y positiva que conozco. Un ejemplo de
rectitud y amplitud en todo momento. Y, qué alegría, saber que ella está
conforme consigo misma.
En el
poema “Me voy” dice:
“feliz de haber sido yo
siempre yo
la que me merecía
Y este
libro merece ser leído, gozado en toda su extensión. Esta rosa no sólo es
perfecta belleza que huele bien sino que no es efímera. Y toda la obra de
Elisabet, no sólo no es efímera sino que es un rosal sin espinas. Pueden
abrazarlo sin miedo.
Jorge Luis Estrella
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